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Justicia para Lalita
Un año y medio de lucha para proteger a una niña víctima de abuso en Bombay
Después de dieciocho meses de incansable trabajo, el equipo de Sonrisas de Bombay logra que el agresor de una menor sea encarcelado y que la víctima reciba el apoyo integral que necesita para recuperarse.
Son las tres de la tarde en un barrio de Bombay, en el que trabajamos. Lalita de 12 años, beneficiaria del proyecto Accesss to school de Sonrisas de Bombay, pide ayuda a un vecino para reparar el ventilador de su casa mientras su madre está en el hospital. Lo que sucede a continuación es una historia difícil y dura, la suya, que os vamos a intentar explicar.
Dieciocho horas de lucha, dieciocho meses de acompañamiento
La historia de Lalita—nombre ficticio para proteger su identidad— culminó en octubre de 2024 con una victoria agridulce: tras año y medio de seguimiento constante, sesiones de asesoramiento psicológico, reuniones motivacionales con su madre y un seguimiento legal continuo, el equipo de Sonrisas de Bombay consiguió finalmente que se presentara una denuncia formal y que el acusado fuera encarcelado.
Las últimas 18 horas antes de lograrlo fueron especialmente intensas. Prafullata y Varsha, miembros de nuestro equipo, mantuvieron una batalla sin tregua con los oficiales de policía para que se registrara oficialmente el caso bajo la ley POCSO (Protection of Children from Sexual Offences), la legislación india que protege a los menores de abusos sexuales.
El peso del silencio y la vergüenza
Era septiembre de 2023 cuando el incidente ocurrió. Lalita, entonces con 11 años, se encontraba sola en casa cuando un vecino, diez años mayor que ella, entró con el pretexto de ayudarla con el ventilador. Al ver que no había nadie más, intentó abusar de ella, tapándole la boca e intentando tocar sus partes íntimas. Lalita gritó y consiguió huir.
Su madre reaccionó de inmediato cuando su hija le contó lo sucedido. Junto con vecinos de la zona, confrontaron al agresor y acudieron a la comisaría. Pero aquí comenzó otra batalla: la presión familiar y social.
El padre de Lalita y otros familiares presionaron a la madre para que no hablara del caso. «Su nombre quedará manchado», le dijeron. Es una historia tristemente común en muchas comunidades donde el estigma recae sobre la víctima y no sobre el agresor.
Inicialmente, la denuncia solo mencionaba que el joven había «causado problemas a la familia». Se registró como una NC (Non-Cognizable complaint, una queja menor) bajo el artículo 323 del Código Penal Indio, que castiga la agresión física voluntaria con hasta un año de prisión o una multa de 1.000 rupias.
Aquí fue donde el equipo de Sonrisas de Bombay intervino con determinación.
La intervención que marcó la diferencia
El equipo convenció a la madre para ampliar la denuncia. Cuando el agresor comenzó a amenazar a la familia, Sonrisas de Bombay actuó como puente entre la familia y las autoridades, hablando directamente con oficiales superiores de la comisaría para que se investigara el caso a fondo.
Aunque el examen médico en el hospital civil no encontró evidencias físicas de abuso sexual —la niña había conseguido escapar a tiempo—, el acusado quedó bajo vigilancia policial con la obligación de presentarse cada 15 días en la comisaría.
Pero el apoyo de Sonrisas de Bombay fue mucho más allá de lo legal. Comprendiendo que el trauma psicológico era profundo, el equipo coordinó con Arpan, una ONG especializada en casos de abuso infantil, para que Lalita recibiera sesiones de asesoramiento psicológico. Durante más de un año, la niña trabajó en su recuperación emocional.
La mejoría fue notable cuando el agresor se marchó temporalmente. Pero en agosto de 2024, todo cambió: el joven regresó. Al verle de nuevo, Laita comenzó a mostrar síntomas de estrés postraumático severo.
Una segunda amenaza y la respuesta definitiva
El 8 de octubre de 2024, cuando Lalita se dirigía al baño, el agresor la amenazó directamente: «Has presentado una denuncia falsa de violación contra mí, pero ahora voy a hacer que esa denuncia sea verdadera».
Esta nueva amenaza fue el punto de inflexión. La madre, apoyada por Sonrisas de Bombay y Arpan, decidió dar el paso definitivo: presentar una denuncia formal bajo la ley POCSO. Esta acción legal era necesaria no solo para la seguridad de Lalita, sino también para su salud mental y el progreso de sus sesiones de terapia.
Fue entonces cuando Prafullata y Varsha libraron esas últimas 18 horas de intensa negociación con la policía que finalmente resultaron en el arresto del acusado.
El caso de Lalita ilustra una realidad dolorosa: en muchas comunidades vulnerables, las víctimas de abuso sexual infantil enfrentan no solo el trauma del ataque, sino también la presión social para guardar silencio. Las familias a menudo carecen de los recursos, el conocimiento legal y el apoyo emocional necesarios para buscar justicia.
Es aquí donde el trabajo de organizaciones como Sonrisas de Bombay se vuelve crucial. No basta con ofrecer ayuda educativa o económica: la protección infantil requiere un enfoque integral que abarque el acompañamiento legal, el apoyo psicológico, el empoderamiento familiar y la persistencia inquebrantable frente a sistemas que no siempre priorizan la protección de los más vulnerables.

