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El triunfo de Narendra Modi ¿El inicio de una nueva era en la India?

 en Sensibilización

¿El inicio de una nueva era en la India?

Nicolas de Pedro, Investigador principal del CIDOB

El 25 de mayo de 2014 el Bharatiya Janata Party (BJP, Partido del Pueblo de la India) encabezado por Narendra Modi logró una victoria arrolladora e histórica en las elecciones generales. El triunfo de Modi había sido anticipado por todas las encuestas, pero su magnitud desbordó todas las expectativas. Con 282 escaños, en una Lok Sabha (Cámara Baja) de 545, el BJP ha alcanzado una mayoría absoluta inédita en los últimos treinta años. Este resultado es un fiel reflejo de la ola de entusiasmo generada por líder del BJP a lo largo y ancho del país desde mediados del año anterior. Entusiasmo proporcional al rechazo generado en los últimos tiempos por el partido del Congreso (Indian National Congress), tradicional fuerza dominante en la política india y que, liderada por Rahul Gandhi, cosechó una dura y, también, histórica derrota.

Narendra Modi se ha convertido en un fenómeno en sí mismo y ha transformado los parámetros tradicionales de las campañas electorales indias. Sus seguidores están convencidos de que su liderazgo marcará una época y esperan que lance al país, definitivamente, por la senda del crecimiento y sitúe, además, a la India entre los grandes actores del sistema internacional. Alcanza el poder con un respaldo enorme y puede jactarse de haberse impuesto en el mayor ejercicio de participación democrática de la historia. Votaron casi 554 millones de personas sobre un total de 814 con derecho a ello, lo que supone un 66 por ciento del censo electoral y la cifra de participación más alta en unas elecciones generales. Con todas sus imperfecciones y los problemas estructurales de desarrollo que arrastra la India, no cabe duda de que su sistema democrático es un pequeño gran milagro.

Las dimensiones geográficas y demográficas del país obligan, por razones logísticas –930.000mesas electorales; 1,4 millones de máquinas de voto electrónico; 11 millones de funcionarios desplegados– y de seguridad –despliegue del ejército y la policía–, a celebrarlas en fases sucesivas. En esta ocasión fueron nueve a lo largo de seis semanas, del 7 de abril al 16 de mayo, lo que también las convierte en las elecciones más largas celebradas hasta la fecha. De igual forma, han sido las más caras en la historia de la India. Su coste total se estima en unos 5.000 millones de dólares –con una financiación de los partidos y los candidatos bastante opaca–, siendo así las segundas más caras del mundo tan sólo por detrás de las presidenciales de EEUU en 2012. Un gasto, sin duda, excesivo y llamativo en un país que afronta aún déficits graves de desarrollo. Pero es un reflejo también de la importancia de estas elecciones y lo competitivo del proceso.

El inicio oficioso de la campaña electoral de Modi puede situarse en diciembre de 2012, cuando fue reelegido, por tercera vez consecutiva, como Ministro Principal (ChiefMinister) del Estado de Gujarat. Desde entonces comenzó a especularse con su salto a la política nacional. Modi nunca ha ocultado sus ambiciones políticas, pero su salto a Nueva Delhi provocaba entusiasmo y rechazo a partes iguales. Modi ha construido un sólido perfil público sobre la historia de éxito de Gujarat en la última década. Bajo su mandato el desarrollo de las infraestructuras, la creación de un clima favorable a las inversiones y la actividad empresarial y los índices de crecimiento de Gujarat han superado la media del país. Modi, además, ha sabido cultivar una imagen de gestor eficiente y, con su estilo austero y frugal, de luchador creíble y honesto contra la corrupción. Pero, al igual que el BJP, combina esa orientación liberal y hacia los negocios con un acendrado nacionalismo hindú. Su ascenso a la cúspide del poder genera, de esta manera, temor entre los defensores del secularismo y el pluralismo como pilares del sistema político y social indio.

En marzo de 2002, con Modi ya como Ministro Principal de Gujarat, se produjo en aquel Estado indio uno de los peores estallidos de violencia comunal desde los tiempos de la partición del país en 1947. Los disturbios se saldaron con varios centenares de muertos, mayoritariamente musulmanes (de 1.000 a 2.500 según las fuentes). Y lo más grave y preocupante fueron las serias sospechas de connivencia policial y gubernamental con una violencia bien organizada y planificada. Modi ha sido exonerado judicialmente, pero ha rechazado las acusaciones de connivencia o pasividad con la misma firmeza que se ha negado a mostrar aflicción por lo sucedido. Lo que lo ha convertido, desde entonces, en un referente respetado por el nacionalismo hindú más intransigente. Aunque, como arguyen los defensores de Modi, desde 2002, no ha habido más episodios de violencia comunal en Gujarat y ha sido uno de los Estados más dinámicos y prósperos de la India. No es de extrañar, por ello, que centrara su campaña en sus logros económicos y obviara asuntos identitarios espinosos.

La campaña electoral de Modi fue, simple y llanamente, espectacular y completamente novedosa para los estándares indios tanto por los medios empleados como por los contenidos, centrados totalmente en su figura al más puro estilo norteamericano (incluyendo el uso de merchandising de todo tipo) y sin descuidar jamás la dimensión mediática. Modi hace un uso intensivo de las redes sociales, donde su éxito es abrumador con 26 millones de “me gusta” en Facebook y más de 8 millones de seguidores en Twitter. La gran cuestión durante la campaña giró en torno a la capacidad de convertir ese impacto en la redes en votos reales en un país, conviene no perder de vista, en el que al menos 400 millones de personas siguen viviendo en la pobreza extrema y el 70 por ciento de la población sigue siendo rural. Y en muchos casos, sea en el ámbito rural o en el urbano, sin acceso a infraestructuras básicas como agua corriente y, no digamos, a internet. Pero Modi, con sus decenas de mítines masivos a lo largo y ancho del país, sus docenas de eslóganes y miles de colaboradores, supo lanzar un mensaje claro dirigido, sobre todo, a esa India aspiracional que sueña con alcanzar el estatus de “clase media”; un concepto que debe ser aplicado con muchas cautelas en la India dada la facilidad con la que se realizan ciertos malabarismos estadísticos para medir los niveles de riqueza relativa de la población del país.

La apabullante victoria de Modi y el BJP se explica por méritos propios, pero también por un cúmulo de circunstancias favorables para ello y la incomparecencia del rival. En primer lugar, hay que referirse a la ralentización de la economía india desde 2012 y la falta de reacción del entonces primer ministro, Manmohan Singh, para revertir esta tendencia. Esta situación provocó un creciente pesimismo y malestar dentro del país y dudas sobre el verdadero alcance del ascenso de la India entre los observadores extranjeros. Los grandes escándalos de corrupción que afectaban directamente al partido del Congreso no hicieron sino contribuir a la gestación de una gran ola de hartazgo con él y con el liderazgo de Sonia Gandhi en el conjunto de la India. La despedida oficial de Manmohan Singh fue, por ello, inmerecidamente gris. Como dijo él mismo, la historia será más benévola con él de lo que lo fue el país en sus dos últimos años de mandato. Y lo cierto es que la historia delos éxitos recientes de la India no puede entenderse sin su figura, primero como ministro de finanzas y arquitecto de la primera liberalización económica en los años noventa y, como primer ministro de 2004 a 2014, después.

A ese contexto adverso para el gobierno en ejercicio se sumó la decepcionante campaña de Rahul Gandhi, candidato del partido Congreso y heredero de la dinastía Nehru-Gandhi. Su pobre desempeño y limitaciones como candidato no hicieron más que agudizar el hartazgo con un Congreso incapaz de ofrecer un mensaje sólido y coherente. Resulta sintomático, por ejemplo, que los jóvenes se volcaran con Narendra Modi, de 63 años, y no conectaran con Rahul, de 43. Y frente a la omnipresencia mediática de Modi, Rahul, reacio al trato con la prensa, sólo ofreció una entrevista a finales de enero que resultó, simplemente, desastrosa. El sistema indio es plenamente parlamentario, y cada escaño se dirime en confrontación directa de los diferentes candidatos de los partidos en cada una de las circunscripciones. Sin embargo, la personalización de ambas campañas en Modi y Rahul hicieron de éstas unas elecciones con aires presidencialistas, lo que, de nuevo, resultaba más favorable para el candidato del BJP. La derrota para el Congreso ha sido demoledora y la travesía por el desierto se antoja dura. El Congreso no ha rebasado la barrera del 20% de los votos totales, pero en números absolutos ha obtenido unos no desdeñables 106 millones (frente a los 171 millones del BJP), lo que le ofrece un buen colchón sobre el que articular su posible renovación.

Los seis primeros meses de gobierno de Narendra Modi han sido menos intensos de lo esperado. El primer presupuesto, presentado durante el mes de julio, incluye algunas reformas importantes largamente esperadas –aumento del ratio de inversión extranjera en el sector de los seguros y de la defensa del 26 al 49 por ciento–, pero más allá de eso es, fundamentalmente, continuista con presupuestos de años previos. Según el nuevo ministro de finanzas, ArunJaitley, este presupuesto pone las bases para un crecimiento sostenido y una transformación profunda a medio plazo. De lo que no cabe duda es del interés del nuevo primer ministro por consolidar su propio poder –nombramiento de Amit Shah como presidente del BJP– y el de su partido –en las recientes elecciones en los estados de Maharashtra, Haryana y Cachemira–. Y para ello, un presupuesto más continuista y sin rupturas bruscas, particularmente en lo que se refiere a los grandes programas de subsidios públicos, resulta más apropiado.

Por el momento, Modi ha tenido, sobre todo, impacto en la agenda regional e internacional de la India. Desde la ceremonia de investidura –con asistencia de dirigentes de todos los países vecinos, incluido Pakistán– hasta las fulgurantes visitas del flamante primer ministro indio a Japón, EEUU y Australia, pasando por la visita de los presidentes chino y ruso a la India. Modi ha insuflado un nuevo aire a la política exterior india y un perfil económico más marcado. En septiembre de 2014 el gobierno de Delhi lanzó el plan Make In India que tiene entre otros objetivos la atracción de inversión extranjera en cantidades masivas. El escenario parece servido para el inicio de una nueva y larga era bajo el liderazgo de Modi y el BJP. Quedan por ver sus consecuencias y su impacto real en esos cientos de millones de indios que aún no han palpado, ni siquiera indirectamente, el crecimiento que acompaña a la narrativa triunfalista de la emergencia de la India. Ese es el gran reto pendiente para el primer ministro Narendra Modi.

Foto de Dennis Jarvis. Con licencia Creative Commons.

Este artículo ha sido escrito para la Memoria de Actividades 2013 de Sonrisas de Bombay.

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